La primera vez que lo vi, él no debía de tener más de dieciséis años, un muchacho pequeño, como un hurón, despierto y rápido. Sammy Glick. solía hacerme los recados. Siempre corría. Siempre parecía sediento.
—Buenos días, señor Manheim—me dijo cuando nos conocimos—. Soy el nuevo chico de los recados, pero no voy a hacer de chico de los recados mucho tiempo, ni de coña.
—No digas «ni de coña» o te pasarás toda la vida haciendo de chico de los recados—dije yo.
—Gracias, señor Manheim—dijo él—, por eso acepté este trabajo, para rodearme de escritores y aprender a hablar y a comportarme.
Nueve de cada diez veces yo ni siquiera habría alzado la vista, pero había algo en la voz de aquel muchacho que me impresionó. debía de estar cargada con miles de voltios.
—Ya veo que eres un tipo listo—dije yo.
—Bueno, trato de mantener los oídos y los ojos abiertos—dijo él.
—Labia tampoco te falta—dije yo.
—Me preguntaba si los periodistas siempre bromean, como en las películas—dijo él.
—Largo de aquí—contesté yo.
Él se fue corriendo, demasiado rápido, un pequeño hurón. «Un muchacho listo», pensé. «Un pequeño judío listo». Me hacía sentir incómodo, con esa carita angulosa, pulcra y ansiosa. observé cómo aquel cuerpo delgado y nervudo doblaba la esquina a toda velocidad. me sentí violento. Supongo que siempre me ha dado miedo la gente que puede ser ágil sin gracia.
El jefe me dijo que Sammy tenía tres semanas de prueba. Pero en esas tres semanas Sammy corrió más por aquella redacción que Paavo Nurmi en toda su carrera. Cada vez que le entregaba un artículo, él salía corriendo como si de ello dependiera su vida. Todavía puedo ver a Sammy corriendo por entre las mesas, con la corbata flameando en el aire y los ojos desorbitados, desesperado.
Tras el segundo viaje volvía a mí jadeando, como un cachorro frenético que devuelve la pelota a su amo. Nunca en la vida había visto a nadie trabajar tanto por doce dólares a la semana. Había que reconocerle el mérito. Tal vez no fuera el muchacho más adorable del mundo, pero se le intuía un no sé qué. yo solía detenerme en mitad de una frase para observar cómo él iba de un lado para otro.
—Con calma, muchacho.
Aquello era como decirle al Niágara que intentara caer más lentamente.
—Usted ha dicho que corría prisa, señor Manheim.
—Pero no te he pedido que te nos caigas muerto de un momento a otro.
—Yo no me caigo muerto tan fácilmente, señor Manheim.
—¿Te gusta tu trabajo, Sammy?
—Es un trabajo estupendo… para este año.
—¿Para este año? ¿Qué quieres decir con eso?
—Pues que si el año que viene todavía hago lo mismo será una mierda.
Lo vi tan tenso y serio que estuve a punto de reírme en su cara. Me caía bien. Tal vez fuera un poco insolente, pero era un buen chico.
—Te tendré en cuenta, muchacho. Quizá dentro de un par de años pueda colocarte de periodista júnior.
Ésa fue la primera vez que me asustó. Yo me estaba tomando la molestia de ser amable y él me contestó con una mirada que casi resultaba desdeñosa.
—Gracias, señor Manheim—me dijo—, pero no quiero que me haga ningún favor. yo ya sé cómo funciona esto del periodismo. ¿Un par de años de periodista júnior? Veinte dólares. Luego otra temporada en la sección de noticias locales. Treinta y cinco. Y finalmente, cuando ya te has convertido en un gran periodista, cobras cuarenta y cinco dólares durante el resto de tu vida. No, gracias.
Me quedé allí pasmado, mirándolo. y entonces…
—¡Eh, chico!—y de nuevo salió disparado, batiendo el récord de los cien metros lisos bajo techo. Supongo que él ya sabía lo que hacía.
Para Sammy el mundo era una carrera. Y él corría contra reloj. De vez en cuando me sentaba en la barra del Bleeck’s, miraba fijamente el reflejo en mi vaso de whiskey y decía: «Al, me importa un carajo que ya nunca más vuelvas a levantar el trasero de este asiento; que ya nunca más vuelvas a escribir otra frase. No pienso presentarme. Si se trata de una carrera, ya podéis tachar mi nombre. Al Manheim se niega a correr». Y entonces aquella pregunta empezaba a rondarme por la cabeza: ¿Por qué corre Sammy? ¿Por qué corre Sammy? Pedía otra copa y le preguntaba a uno de los camareros:
—Esto… Henry, ¿por qué corre Sammy?
—¿De qué demonios habla, Al?
—Hablo de Sammy Glick, de eso estoy hablando. ¿Por qué corre Sammy?
—Está borracho, Al. Habla con lengua de trapo.
—¡Maldita sea, no intentes escabullirte! Te he hecho una pregunta importante. Vamos, Henry, contéstame, de hombre a hombre, ¿por qué corre Sammy?
Henry se secó el sudor de la frente con la manga.
—Por Dios, Al, ¿cómo demonios quiere que lo sepa?
—Pero yo tengo que saberlo. —Ahora yo ya gritaba—. ¿No te das cuenta de que ésa es la respuesta a todo? Seguir leyendo→
Referencias:
- Schulberg, Budd, ¿Por qué corre Sammy? [What Makes Sammy Run, 1941], trad. J. Martín Lloret, Barcelona, Acantilado, 2008, ISBN: 978-84-96834-64-4.
¡Me has dejado con la miel en los labios! ¡Qué buena historia!
¿Me vas a dejar sin conocer el final? 😉
Regálatelo hoy… día del libro 🙂
Me lo estaba enviando al dispositivo el pdf cuando he visto que era un extracto… buscaré a ver si lo encuentro por ahí; esta mañana he querido comprar en ebook el último de Mendoza pero a casi 12 euros (frente a casi 18 en papel) me niego 😦
Eso no se hace.
Es un sinsentido que aquí no se venda ni un libro electrónico por cada aparato. En fin, que algo tendría que cambiar si pretenden que tenga futuro.
¿El qué no se hace?
Dejar a la gente a medias.
Respecto a lo que dices de los libros electrónicos, es difícil encontrar los que tú quieres en español. Supongo que las editoriales temen al pirateo y por eso no los editan en ese formato.
Interruptus pues 😀
Uhmm, no sé si es como dices. Cuando tienes el libro físico puedes fácilmente usar un programa de reconocimiento de texto y pasarlo al formato electrónico. Hay muchos títulos que no tienen edición electrónica «oficial», pero sí tienen su versión «alternativa».
je, podían haber terminado de otra forma, pero a mitad de fraseeeeeeee…
De todos modos, buena elección para hoy.
¡Un abrazo!
Leía hoy un relato de jabo sobre la maratón de ayer titulado Paradojas, que incluye una interesante reflexión sobre por qué corremos maratones…
Espero que esto compense el relato a medias… o a lo mejor no 😀
No está mal 🙂
Pues no le falta razón a Jabo, es muy sensata la reflexión.
Me he dado cuenta que el relato no estaba completo antes de pasarlo a mi lector. Leo digitalmante desde hace poco y me gusta pero es cierto que el tema de las novedades en ebook está pasado de precio y no compro nada.
Qué buen relato interruptus!!! Me he reido con las impertinencias de ese muchacho y me quedado con las ganas de acabarlo…ya veremos si es posible.
No hay forma de encontrar a Sammy, corre tanto el jodío…
El otro día compré -lleno de orgullo y satisfacción- un libro electrónico «Blancanieves debe morir» de Nele Neuhause en amazon por 6,11 euros, un precio que me pareció razonable aunque todavía algo subidito a la parra, si pusieran buenos precios…
¡Cuántas mentes criminales dispuestas a delinquir! 😀
Alex, muchas gracias por tu relato. ¡Me lo guardo!
Tomo nota. Ahora me estoy acabando el libro de Christopher McDougall de «Nacidos para correr».
Aunque por lo que he leído en alguna que otra crítica, el libro de «Por qué corre Sammy», tiene más que ver con nuestra vida actual, de ir arrasando sin que nos importe poco (o nada), a quién dejamos a nuestro paso.
¿Ni la crisis ha logrado hacernos solidarios?
Tengo que volver a leer a McDougall… Gracias por tu comentario, Joaco.