Calor Siberiano

La tierra era tan lisa que causaba una impresión abrumadora. No se veía una sola colina. Era un mar terso e interminable de hierba reseca y mortecina.
Tata, ¿por qué es tan lisa la tierra aquí?
—Esto debe ser la estepa, Esther.
—¿La estepa? Pero la estepa está en Siberia…
—Esto es Siberia —murmuró él.
No me habría quedado más sorprendida si me hubiera dicho que nos habían trasladado a la luna.
—¿Siberia? —dije con voz temblorosa—. Pero Siberia está llena de nieve.
—Ya lo estará —dijo mi padre.
¡Siberia! Siberia era el fin del mundo, un punto sin retorno. Un lugar para criminales y delincuentes políticos, donde las penas eran de una increíble crueldad y los presos morían como moscas. Con verano o sin él —¿quién había hablado nunca del calor siberiano?—, Siberia era la tundra e inmensas masas de nieve. Siberia eran los lobos. Continuar leyendo «Calor Siberiano»